La historia es la que es y poco podemos hacer más que asumirla. Si no nos
gusta ello no nos legitima para cambiarla a base de mentiras y
tergiversaciones. A los nacionalistas catalanes no sólo no les gusta su propia
historia sino que, además, padecen un complejo intrínseco de inferioridad
que les hace falsear hasta lo irrefutable. La mentira nacionalista de Cataluña
tiene dimensiones enciclopédicas. Pero su verdad es ininmutable por mucho que
pretendan ocultarla o cambiarla por vía mediática o política.
Al nacionalismo catalán le produce sarpullidos haber pertenecido 500 años a la
corona carolingio-francesa, luego a la Corona de Aragón y, finalmente, a la
Corona de España. Esto es desde el punto de vista científico, totalmente
indiscutible. La historia política y jurídica de los territorios y de las
naciones es la que es y no puede moldearse a la medida de las ambiciones
chovinistas o de las necesidades nacionalistas y neocolonialistas.
Por ello, mis artículos son siempre contestados con la descalificación
personal y el insulto. No hay artículo que no reciba las invectivas de los
descerebrados y fascistas del nacionalismo independentista catalán y
catalanista. Allá ellos con su exabruptos y su amenazas. Ellas no van a
cambiar ni mi criterio ni la historia. Así que, si pueden, que se las ahorren
conmigo.
Cataluña nunca ha sido una nación. Ni un reino. Se pongan como se pongan. Y su
historia política ha sido la de su dependencia feudataria con la corona
carolingio-francesa desde 801 al 1258 en que el Rey de Francia, Luis IX, se la
cambió al Rey de Aragón por las posesiones de este en la Septimania francesa.
Los condados catalanes eran unos meros territorios fronterizos de Francia a
este lado de los Pirineos que servían para vigilar y detener eventuales
incursiones árabes de la Al-andalus hispana. Y Jaime I de Aragón era
propietario de diversos territorios en la costa surestes de Francia. Se los
cambiaron como cromos por su escaso valor territorial y por cuestiones
meramente de colindancia con sus respectivos reinos, el de Aragón y el de
Francia. Lo que siglos después será “Cataluña” deja de ser francesa y de
hablar provenzal- francés para ir incorporándose progresivamente, desde su
pertenencia a la Corona de Aragón, al proceso de unidad territorial y política
con Castilla como una provincia de la nueva España.
Y, así, hasta hoy. Lo demás es todo pura invención como lo fue el cuento
de las barras de Wilfredo el Velloso y demás fábulas nacidas del
incomprensible complejo de haber sido lo que irremisiblemente fueron los
condados franceses, primero, los condados aragoneses, después, y las
provincias o la autonomía española que es hoy, Cataluña.
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