La devastadora noticia del asesinato de Miguel Angel Blanco es uno de esos recuerdos de tu vida que almacenas en la memoria particular con una precisión fotográfica, recordando el momento, el lugar y la emoción interior que produce. Ese día murió gran parte de la libertad en España y, con ella, un trozo del Estado y de la Nación. Pero eso sólo era el principio.
15 años después, el Estado está dispuesto no sólo a indultar y reinsertar a los culpables políticos y materiales de los 1.000 asesinatos de ETA sino que, incluso, está dispuesto a perdonarlos en nombre todas las víctimas cuando el perdón es un derecho y prerrogativa de las víctimas y no del Estado. El Estado podrá renunciar a exigir justicia y a rendirse ante el terror pero nunca podrá perdonar –en nombre de nadie- la agresión física y moral a la libertad, a la dignidad y a la integridad individual de las víctimas que supone disponer de sus vidas.
Por eso resulta especialmente abyecto y repugnante escuchar a algunos políticos cómo piden a las víctimas de ETA que “abandonen el rencor” y busquen la reconciliación y el encuentro con sus agresores, en lo que no sería otra cosa que la rendición absoluta de la sociedad, de la ley, del estado y de la libertad ante la violencia mafiosa y criminal del nacionalismo etarra -llámese como se llame- con el camuflaje nominal que utilizan a su interés como lo hacen con las capuchas con las que cubren el verdadero rostro de la mayor basura política que ha generado una parte de España.
15 años después, el Estado está dispuesto no sólo a indultar y reinsertar a los culpables políticos y materiales de los 1.000 asesinatos de ETA sino que, incluso, está dispuesto a perdonarlos en nombre todas las víctimas cuando el perdón es un derecho y prerrogativa de las víctimas y no del Estado. El Estado podrá renunciar a exigir justicia y a rendirse ante el terror pero nunca podrá perdonar –en nombre de nadie- la agresión física y moral a la libertad, a la dignidad y a la integridad individual de las víctimas que supone disponer de sus vidas.
Por eso resulta especialmente abyecto y repugnante escuchar a algunos políticos cómo piden a las víctimas de ETA que “abandonen el rencor” y busquen la reconciliación y el encuentro con sus agresores, en lo que no sería otra cosa que la rendición absoluta de la sociedad, de la ley, del estado y de la libertad ante la violencia mafiosa y criminal del nacionalismo etarra -llámese como se llame- con el camuflaje nominal que utilizan a su interés como lo hacen con las capuchas con las que cubren el verdadero rostro de la mayor basura política que ha generado una parte de España.
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