
Vamos, llegaba del acto con todo mi ser a flor de piel como para que, encima, le pongan a uno nuestro símbolo identitario por antonomasia con el que nos conjuramos los valencianos que amamos a nuestra tierra madre para defenderla hasta el último aliento.
Me dirijo al mozo del mostrador y le pregunto si esto es que a uno le escanean el alma al entrar en el negocio y le ponen el himno que toca, porque si es así, era un horroroso prodigio de marketing extremo.
Me consuela el mozo y me aclara que “es porque tenemos un compañero que es valenciano y está en baja forma. Se lo he puesto para animarlo”. Rápidamente reclamo su presencia y tras la presentación de rigor, Javier –así se llama- me dice que es de Náquera. Compartimos nombres de conocidos y me cuenta que echa de menos a su pueblo y a Valencia, nuestro entrañable “Cap i Casal del Regne”.
Le compré una estupenda chaqueta que ya os presentaré en su momento y, tras cobrarme y destrozarme la VISA, le pedí a nuestro compatriota que me despidiera con nuestro himno a lo que me contestó que “no faltaba más” mientras Francisco me hacía musitar, en pleno centro de Madrid, la letra de nuestro primer pentagrama.
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