Al finalizar la concentración en contra de la negociación con ETA en la plaza de Colón de Madrid, era la 1 del mediodía, me metí por la comercial calle de Jorge Juan y entré en la tienda de la firma inglesa Barbour y, cuál fue mi sorpresa, cuando crucé el umbral de la puerta empezó a sonar ... el Himno de Valencia. Ojo, el oficial, no el pasodoble.
Vamos, llegaba del acto con todo mi ser a flor de piel como para que, encima, le pongan a uno nuestro símbolo identitario por antonomasia con el que nos conjuramos los valencianos que amamos a nuestra tierra madre para defenderla hasta el último aliento.
Me dirijo al mozo del mostrador y le pregunto si esto es que a uno le escanean el alma al entrar en el negocio y le ponen el himno que toca, porque si es así, era un horroroso prodigio de marketing extremo.
Me consuela el mozo y me aclara que “es porque tenemos un compañero que es valenciano y está en baja forma. Se lo he puesto para animarlo”. Rápidamente reclamo su presencia y tras la presentación de rigor, Javier –así se llama- me dice que es de Náquera. Compartimos nombres de conocidos y me cuenta que echa de menos a su pueblo y a Valencia, nuestro entrañable “Cap i Casal del Regne”.
Le compré una estupenda chaqueta que ya os presentaré en su momento y, tras cobrarme y destrozarme la VISA, le pedí a nuestro compatriota que me despidiera con nuestro himno a lo que me contestó que “no faltaba más” mientras Francisco me hacía musitar, en pleno centro de Madrid, la letra de nuestro primer pentagrama.
Vamos, llegaba del acto con todo mi ser a flor de piel como para que, encima, le pongan a uno nuestro símbolo identitario por antonomasia con el que nos conjuramos los valencianos que amamos a nuestra tierra madre para defenderla hasta el último aliento.
Me dirijo al mozo del mostrador y le pregunto si esto es que a uno le escanean el alma al entrar en el negocio y le ponen el himno que toca, porque si es así, era un horroroso prodigio de marketing extremo.
Me consuela el mozo y me aclara que “es porque tenemos un compañero que es valenciano y está en baja forma. Se lo he puesto para animarlo”. Rápidamente reclamo su presencia y tras la presentación de rigor, Javier –así se llama- me dice que es de Náquera. Compartimos nombres de conocidos y me cuenta que echa de menos a su pueblo y a Valencia, nuestro entrañable “Cap i Casal del Regne”.
Le compré una estupenda chaqueta que ya os presentaré en su momento y, tras cobrarme y destrozarme la VISA, le pedí a nuestro compatriota que me despidiera con nuestro himno a lo que me contestó que “no faltaba más” mientras Francisco me hacía musitar, en pleno centro de Madrid, la letra de nuestro primer pentagrama.
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