El gobierno de España busca el término con el que comunicar a la sociedad española la defunción de nuestra banca y, lo que es peor, su intervención.
Zapatero estuvo meses con engaños hasta que pronunció la palabra “crisis”. Ahora, el gobierno de Mariano Rajoy se resiste a llamar “rescate” a lo que no es otra cosa que “rescate”.
Y es que tras la manipulación del lenguaje se esconde el interés en ocultar la humillación de quien siente que ha fracasado en la gestión de algo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) se reúne la noche del viernes y a las 2 de la madrugada del sábado exige a España a que pida el rescate de su banca, y España dice que no lo ha pedido. Mientras, el Eurogrupo sigue barajando la cifra de nuestro rescate, y Soraya Saenz de Santamaría insiste en que no han pedido la ayuda al “pool” de naciones.
Y es que nuestra clase política no escarmienta y hace uso perverso del lenguaje con el fin de minimizar el daño. ¿El de la nación? No, el de ellos. Con el eufemismo de “que esto no es un rescate” creen que podrán conjurar el coste político que supone, no ya pedir un crédito y pagar sus pingües intereses, sino ceder parcelas de soberanía política y económica al Fondo Monetario Internacional y a los países que controlan hoy el Eurogrupo.
Se barajan cifras de 50 y 100 mil millones de euros pero tras ellas no sólo está el pesado precio que vamos a tener que soportar todos los españoles, sino la gravísima irresponsabilidad política de aquellos gobiernos autonómicos que controlaban las cajas españolas y que hoy nos han producido una profunda herida a muchas familias y a toda la sociedad española, y de la que no sabemos cuándo y cómo vamos a salir. Y a qué precio.
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